martes, 10 de mayo de 2011

Un día cualquiera...


Aquí os dejo mi actividad del diálogo sobre el libro de lectura "Mal de Escuela". Se trata de un diálogo entre dos profesores que se encuentran en el departamento entre clase y clase.

- Buenos días Julián, ¿Cómo está yendo la mañana con los alumnos?

- Buf, regular… Yo no sé que les enseñan en los cursos anteriores, pero desde luego no mucho.

-¿Y eso?

- Pues mira, no saben distinguir entre una oración subordinada sustantiva y una adjetiva. Llevamos 2 meses con la misma monserga, ¡y no hay manera! Además tengo a tres alumnos que me revientan las clases…

- Hombre, ¡no será para tanto, Julián!

- Que sí, que sí. 4º de E.S.O. es un año complicado. Hay niños que no sirven para estudiar, que no dan para más, y están en clase sólo para tener el graduado escolar, y así es muy difícil dar una clase.

- Me acabo de leer un libro que puede que te ayude. Se llama “Mal de escuela”, de Daniel Pennac

- Buf, no por favor, otro gurú de la educación no…

- Trata de un ex-mal alumno, o “zoquete” como se auto define, que se ha conseguido convertir en un novelista de renombre y en un ensayista destacado, pero sobre todo en profesor. El libro trata sobre cómo los profesores y los alumnos podemos poner más de nuestra parte para evitar el fracaso como una inevitabilidad, entre otras cosas…

- Ya estamos. Otro Don Perfecto que viene a recordarnos a todos lo mal que hacemos nuestro trabajo. Ya me gustaría a mí verle aquí. Que del dicho al hecho…

- …hay un trecho, sí. Por eso este libro es tan interesante. Porque muestra los fallos que todos cometemos, incluido él. Él era un niño incapaz de aprender nada, que no podía memorizar ni tan siquiera el nombre de un río. Se ensimismaba en su propia ignorancia, auto complaciéndose y diciendo que simplemente no servía para estudiar. Más tarde se dio cuenta de que su destino no tenía por qué estar ligado a ser inculto.

- Sí bueno, eso es como todo. El que quiere puede, y el que no quiere, no. Y yo tengo a varios que no quieren.

- Sí, pero debemos mostrarles a los alumnos todos los caminos posibles, para que vean que pueden hacer cosas. Debemos hacerles entender que no están abonados al fracaso porque sí. Y ahí es donde entramos nosotros, los profesores.

- Es verdad, los alumnos hacen lo que ven. Pero a veces es tan difícil…

- Cierto, pero sí que podemos hacer más. No podemos permitir, como profesores que somos, que los alumnos no tengan espontaneidad ni libertad en el aula. No podemos hacer clases en las que los alumnos sean meros espectadores de una película que a veces les parece que es China y está en versión original. Si los alumnos no entienden la materia, no la van a aprender.

- Vale, te sigo. He oído este sermón un millón de veces. Pero, ¿No crees que todo eso tiene un punto de habladurías, y que si no se ha hecho ya tangible es porque es más difícil de lo que se dice, incluso imposible?

- De eso mismo habla este libro. A veces se plantea todo esto como un problema enorme, cuando la solución es bastante sencilla. El autor recalca mucho el hecho de que hay tomarse a los alumnos menos en serio. Matizo….

-¡Toma ya! ¡La burrada que acabas de decir! Que no te oiga la coordinadora que la he visto antes por aquí…

-Matizo, Julián, ¡matizo! Lo que el autor dice es que nos pensamos que los niños van a ser en un futuro lo que son en las aulas hoy. Por eso se les exige lo más grande, lo más alto, y si no lo consiguen, se les presiona para que lo consigan, pues “deben estar preparados para el futuro que les espera”. Queremos controlarlo todo, incluidos los niños, pero lo cierto es que hay cosas que no se pueden controlar, y a las que hay que darle la importancia que tienen. Ni más, ni menos. Lo que se nos olvida a veces es que son niños, y el tiempo para ellos pasa de un modo diferente al nuestro. Daniel Pennac no se cansa de repetir que las experiencias de la infancia no tienen por qué marcar un destino, y que al fin y cabo en el futuro todos “devenimos”.

- Si ya me conozco la historia. Niño pobre y desfavorecido consigue ser el primero de su familia en graduarse y recuerda su infancia como un valor añadido a los logros que ha conseguido.

-Te equivocas. Su problema era muy distinto. Su infancia estuvo marcada por la frustración de la incompetencia, al contrario que los demás miembros de su familia. Eso hizo que se sintiera más inútil todavía… De hecho es muy crítico con la gente que utiliza un pasado difícil de ese modo. El asegura que jamás puede mirar atrás sin tener un recuerdo de pesar. Al fin y al cabo yo creo que lo habría cambiado todo por una infancia más feliz. Este libro surge de una realidad que estoy seguro que Pennac le encantaría no haber tenido que vivir, y que no desea para nadie.

- Parece un tío listo, además conozco un caso como el suyo ¿Y cómo consiguió cambiar?, ¿en qué momento pasó de ser un faba a ser listo?

- Yo creo que siempre fue listo, simplemente veía la realidad descodificada, y no podía entenderla. Precisamente dice que fueron contados profesores lo que le “salvaron”. Pero ahora que lo dices, Pennac asrgura que el punto de inflexión que hizo que comenzará a brillar lo conformaron el amor y la lectura.

- ¡Venga ya! (Julián ríe y se jacta simulando el sonido de un violín)

- El amor de una chica en bachillerato. Ya ves tú, el simple hecho de sentirse querido y necesitado, de un modo individual y único, le proporcionó tanta felicidad e incredulidad como confianza. El tener una atención personalizada y ser escuchado, el ser aceptado con sus aciertos y sus errores, le hizo perder el pánico. La lectura le sirvió de nutriente subliminal, a la vez que de parapeto ante la realidad. Por eso, nuestra obligación como profesores es crear ese ambiente de confianza, de libertad, y autosuficiencia que les haga a los alumnos salir de esa actitud de incompetente que tan cómoda puede llegar a ser, y a interesarse por sus errores.

- Explícame eso de la actitud cómoda, parece interesante…

- Lo es. El caso es que cuando un alumno se considera un “zoquete”, crea una realidad en la que él es un zoquete, y es nulo. Es una “presa”, como el autor dice, de su propia condición. Su único objetivo es no llamar demasiado la atención, y para ello utiliza tácticas que satisfagan a los profesores y a los padres, y así le dejen en paz, como el caso perdido que es. Sin expectativas, no hay presión. ¿Entiendes?

- A la perfección, ¡y cuánto de verdad hay ahí! A lo mejor es eso lo que les pasa a mis alumnos, y yo creyéndome que no podían estudiar. ¡Serán…! No tienen una idea buena… Además si el esfuerzo que emplean en utilizar excusas lo canalizaran en trabajar….

- ¡Amén! Pero dales margen Julián, son niños (risas). Al fin y al cabo, a todos nos gusta hacer lo que se nos da bien. Los profesores debemos hacer que los alumnos disfruten aprendiendo, porque se les da bien aprender. ¡Además! Tú no te libras tampoco. A los profesores nos pasa lo mismo. Pensamos que no podemos con una clase porque es insufrible, y nos evadimos de responsabilidad. Nos consideramos unos “zoquetes” que no pueden hacer más, porque así es más cómodo funcionar. Si ponemos más de nuestra parte, podremos sorprendernos a nosotros mismos de lo que somos capaces de hacer.

- ¡Zas! En toda la boca. Me doy por aludido, ésta me va a doler durante días… Pero es que estamos tan quemados, con revisiones del curriculum, competencias, temas transversales y burocracia pura y dura, que no tenemos fuerzas para retos así. Todo ese papeleo convierte la escuela en papel mojado. Si tenemos que esperar apoyo de los de arriba vamos apañados…

- Estoy de acuerdo, pero no debemos olvidar que este no es un libro sobre la escuela y de cómo cambia con la sociedad, etc… es un libro pensado para el alumno y el profesor. Eso lo hace inmutable al tiempo y a los “pensantes” que creen tener la solución a todos los problemas en un pedazo de papel o una ley. ¡Con nosotros no podrán! (risas)

- ¿Cómo se llamaba el libro?

- Mal de escuela, de Daniel Pennac. Una “golondrina” aturdida que pudo echar a volar.

Ambos profesores ríen y tocan el violín imaginario camino de sus clases, mientras abandonan la sala del departamento.

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