sábado, 14 de mayo de 2011

PAPEL MOJADO

Últimamente no dejo de oír que la educación en España está cayendo en picado. Que el nivel educativo de España está a la cola de Europa. Hecho que parece sacarle los colores a nuestros representantes democráticos. Mientras los escucho alarmados, me pregunto; ¿Qué esperaban? La cultura y la educación no surgen de la nada.

El propósito del siguiente artículo es el de tratar los aspectos cambiantes en la educación/enseñanza. Yo trataré uno relativamente reciente; el control gubernamental que se viene teniendo sobre los docentes, y los medios mediante los cuales éstos satisfacen las necesidades de control que “desde arriba” se imponen. Considero que ha cambiado mucho en los últimos años, y eso es algo que tiene aspectos positivos y negativos. Lo haré teniendo en cuenta que en la educación hay una serie de aspectos que nunca cambian; El papel del profesor y del alumno.

Es cierto que hoy en día se le presta mucha atención a las competencias básicas, a las unidades didácticas disciplinares, interdisciplinares y transversales, a la elaboración del Curriculum, o a las teorías educativas, ya sean técnicas, prácticas o críticas, y me parece bien, pues en cierta medida le dota a la pedagogía un valor que desde luego se merece. Peor sería que no hubiera ningún tipo de control sobre lo que los profesores hacen con sus alumnos. Además, la planificación del Currículum fomenta el que los profesores se preparen las clases, el curso, y que piensen sobre qué estrategias van a utilizar durante el año académico para que sus alumnos aprendan los objetivos que se quieren lograr.

No obstante, y desde el punto de vista humilde de una persona que aún no es activa en el mundo laboral escolar, tengo la sensación de que quizás se está yendo demasiado lejos con el control que hoy en día se hace sobre el profesorado. Interminables inspecciones del Currículum, Papeleos que intentan transmitir pedagogía obvia de un modo extravagante, y burocracia elevada a la máxima potencia desgasta a los profesores de tal modo, que a veces no pueden invertir todo el tiempo que desearían en elaborar unas clases amenas e individualizadas, o en preocuparse por los problemas ajenos a los estrictamente metodológicos y curriculares. En definitiva, a ir más allá de lo que se espera de ellos. Con todo este control gubernamental, se les está restando credibilidad a los profesionales de la educación, y su labor se reduce, en gran medida, a rellenar los documentos que se le da.

Hay quién dice que toda la burocracia adscrita a la educación sirve como herramienta de control estatal que tiene por fin mantener a los profesores ocupados para que no piensen por su cuenta, para que no se salgan del camino marcado, para que no exijan más de lo que el mismo gobierno puede proporcionar. No miento si una parte de mí está plenamente convencida de que esto es así.

No obstante, no quiero quitarle responsabilidad al profesorado. Y es que es muy cómodo apelar al exceso de control como excusa para justificar la falta de calidad docente. Debemos tener en mente que, a pesar de que existen cambios en los aspectos que envuelven a un aula, la clase se reduce a un profesor y un número de alumnos. Es cierto que los buenos profesores no tienen todo el margen de maniobra que les gustaría, sí. Pero no es menos cierto que hay muchos otros que no sabrían que hacer con él.

Por lo tanto, ¿A qué se debe la debilidad que sufre el sistema educativo en nuestro País? ¿Quién es el “culpable”? ¿Garantiza un mayor control laboral una mejora de la calidad del mismo? Nos preguntamos los habitantes de ésta, la meca de los licenciados, sí, pero incultos.

Yo me planteo otra serie de cuestiones, como por ejemplo; ¿No sería mejor darle a la formación un papel más importante?¿No sería más eficaz elaborar un sistema educativo en el que los futuros profesores adquieran una conciencia de responsabilidad y de eficacia?¿No sería más saludable invertir dinero en preparación, antes que en control? Se dice que el exceso de control es fruto del miedo, y estaremos de acuerdo en que hoy en día existe mucho control.

Ha pasado el suficiente tiempo como para observar que el problema de la educación viene de raíz. Si no cuidamos el proceso de creación de una persona en profesor y educador, no importa cuánto tiempo o dinero invirtamos en nuevas tecnologías, investigaciones, modelos de enseñanza, Unidades didácticas y en el resto de los aspectos que conforman la parte en constante cambio del mundo educativo. Siempre tendremos que recurrir al control casi enfermizo para asegurarnos de que “todo está en orden”. En el fondo es muy sencillo; los profesores y los alumnos han sido, son y serán siempre personas, porque hay cosas que nunca cambian.

martes, 10 de mayo de 2011

Un día cualquiera...


Aquí os dejo mi actividad del diálogo sobre el libro de lectura "Mal de Escuela". Se trata de un diálogo entre dos profesores que se encuentran en el departamento entre clase y clase.

- Buenos días Julián, ¿Cómo está yendo la mañana con los alumnos?

- Buf, regular… Yo no sé que les enseñan en los cursos anteriores, pero desde luego no mucho.

-¿Y eso?

- Pues mira, no saben distinguir entre una oración subordinada sustantiva y una adjetiva. Llevamos 2 meses con la misma monserga, ¡y no hay manera! Además tengo a tres alumnos que me revientan las clases…

- Hombre, ¡no será para tanto, Julián!

- Que sí, que sí. 4º de E.S.O. es un año complicado. Hay niños que no sirven para estudiar, que no dan para más, y están en clase sólo para tener el graduado escolar, y así es muy difícil dar una clase.

- Me acabo de leer un libro que puede que te ayude. Se llama “Mal de escuela”, de Daniel Pennac

- Buf, no por favor, otro gurú de la educación no…

- Trata de un ex-mal alumno, o “zoquete” como se auto define, que se ha conseguido convertir en un novelista de renombre y en un ensayista destacado, pero sobre todo en profesor. El libro trata sobre cómo los profesores y los alumnos podemos poner más de nuestra parte para evitar el fracaso como una inevitabilidad, entre otras cosas…

- Ya estamos. Otro Don Perfecto que viene a recordarnos a todos lo mal que hacemos nuestro trabajo. Ya me gustaría a mí verle aquí. Que del dicho al hecho…

- …hay un trecho, sí. Por eso este libro es tan interesante. Porque muestra los fallos que todos cometemos, incluido él. Él era un niño incapaz de aprender nada, que no podía memorizar ni tan siquiera el nombre de un río. Se ensimismaba en su propia ignorancia, auto complaciéndose y diciendo que simplemente no servía para estudiar. Más tarde se dio cuenta de que su destino no tenía por qué estar ligado a ser inculto.

- Sí bueno, eso es como todo. El que quiere puede, y el que no quiere, no. Y yo tengo a varios que no quieren.

- Sí, pero debemos mostrarles a los alumnos todos los caminos posibles, para que vean que pueden hacer cosas. Debemos hacerles entender que no están abonados al fracaso porque sí. Y ahí es donde entramos nosotros, los profesores.

- Es verdad, los alumnos hacen lo que ven. Pero a veces es tan difícil…

- Cierto, pero sí que podemos hacer más. No podemos permitir, como profesores que somos, que los alumnos no tengan espontaneidad ni libertad en el aula. No podemos hacer clases en las que los alumnos sean meros espectadores de una película que a veces les parece que es China y está en versión original. Si los alumnos no entienden la materia, no la van a aprender.

- Vale, te sigo. He oído este sermón un millón de veces. Pero, ¿No crees que todo eso tiene un punto de habladurías, y que si no se ha hecho ya tangible es porque es más difícil de lo que se dice, incluso imposible?

- De eso mismo habla este libro. A veces se plantea todo esto como un problema enorme, cuando la solución es bastante sencilla. El autor recalca mucho el hecho de que hay tomarse a los alumnos menos en serio. Matizo….

-¡Toma ya! ¡La burrada que acabas de decir! Que no te oiga la coordinadora que la he visto antes por aquí…

-Matizo, Julián, ¡matizo! Lo que el autor dice es que nos pensamos que los niños van a ser en un futuro lo que son en las aulas hoy. Por eso se les exige lo más grande, lo más alto, y si no lo consiguen, se les presiona para que lo consigan, pues “deben estar preparados para el futuro que les espera”. Queremos controlarlo todo, incluidos los niños, pero lo cierto es que hay cosas que no se pueden controlar, y a las que hay que darle la importancia que tienen. Ni más, ni menos. Lo que se nos olvida a veces es que son niños, y el tiempo para ellos pasa de un modo diferente al nuestro. Daniel Pennac no se cansa de repetir que las experiencias de la infancia no tienen por qué marcar un destino, y que al fin y cabo en el futuro todos “devenimos”.

- Si ya me conozco la historia. Niño pobre y desfavorecido consigue ser el primero de su familia en graduarse y recuerda su infancia como un valor añadido a los logros que ha conseguido.

-Te equivocas. Su problema era muy distinto. Su infancia estuvo marcada por la frustración de la incompetencia, al contrario que los demás miembros de su familia. Eso hizo que se sintiera más inútil todavía… De hecho es muy crítico con la gente que utiliza un pasado difícil de ese modo. El asegura que jamás puede mirar atrás sin tener un recuerdo de pesar. Al fin y al cabo yo creo que lo habría cambiado todo por una infancia más feliz. Este libro surge de una realidad que estoy seguro que Pennac le encantaría no haber tenido que vivir, y que no desea para nadie.

- Parece un tío listo, además conozco un caso como el suyo ¿Y cómo consiguió cambiar?, ¿en qué momento pasó de ser un faba a ser listo?

- Yo creo que siempre fue listo, simplemente veía la realidad descodificada, y no podía entenderla. Precisamente dice que fueron contados profesores lo que le “salvaron”. Pero ahora que lo dices, Pennac asrgura que el punto de inflexión que hizo que comenzará a brillar lo conformaron el amor y la lectura.

- ¡Venga ya! (Julián ríe y se jacta simulando el sonido de un violín)

- El amor de una chica en bachillerato. Ya ves tú, el simple hecho de sentirse querido y necesitado, de un modo individual y único, le proporcionó tanta felicidad e incredulidad como confianza. El tener una atención personalizada y ser escuchado, el ser aceptado con sus aciertos y sus errores, le hizo perder el pánico. La lectura le sirvió de nutriente subliminal, a la vez que de parapeto ante la realidad. Por eso, nuestra obligación como profesores es crear ese ambiente de confianza, de libertad, y autosuficiencia que les haga a los alumnos salir de esa actitud de incompetente que tan cómoda puede llegar a ser, y a interesarse por sus errores.

- Explícame eso de la actitud cómoda, parece interesante…

- Lo es. El caso es que cuando un alumno se considera un “zoquete”, crea una realidad en la que él es un zoquete, y es nulo. Es una “presa”, como el autor dice, de su propia condición. Su único objetivo es no llamar demasiado la atención, y para ello utiliza tácticas que satisfagan a los profesores y a los padres, y así le dejen en paz, como el caso perdido que es. Sin expectativas, no hay presión. ¿Entiendes?

- A la perfección, ¡y cuánto de verdad hay ahí! A lo mejor es eso lo que les pasa a mis alumnos, y yo creyéndome que no podían estudiar. ¡Serán…! No tienen una idea buena… Además si el esfuerzo que emplean en utilizar excusas lo canalizaran en trabajar….

- ¡Amén! Pero dales margen Julián, son niños (risas). Al fin y al cabo, a todos nos gusta hacer lo que se nos da bien. Los profesores debemos hacer que los alumnos disfruten aprendiendo, porque se les da bien aprender. ¡Además! Tú no te libras tampoco. A los profesores nos pasa lo mismo. Pensamos que no podemos con una clase porque es insufrible, y nos evadimos de responsabilidad. Nos consideramos unos “zoquetes” que no pueden hacer más, porque así es más cómodo funcionar. Si ponemos más de nuestra parte, podremos sorprendernos a nosotros mismos de lo que somos capaces de hacer.

- ¡Zas! En toda la boca. Me doy por aludido, ésta me va a doler durante días… Pero es que estamos tan quemados, con revisiones del curriculum, competencias, temas transversales y burocracia pura y dura, que no tenemos fuerzas para retos así. Todo ese papeleo convierte la escuela en papel mojado. Si tenemos que esperar apoyo de los de arriba vamos apañados…

- Estoy de acuerdo, pero no debemos olvidar que este no es un libro sobre la escuela y de cómo cambia con la sociedad, etc… es un libro pensado para el alumno y el profesor. Eso lo hace inmutable al tiempo y a los “pensantes” que creen tener la solución a todos los problemas en un pedazo de papel o una ley. ¡Con nosotros no podrán! (risas)

- ¿Cómo se llamaba el libro?

- Mal de escuela, de Daniel Pennac. Una “golondrina” aturdida que pudo echar a volar.

Ambos profesores ríen y tocan el violín imaginario camino de sus clases, mientras abandonan la sala del departamento.